Pero hoy no voy a hablar de ella, si no de su padre.
Nunca pude saber con exactitud la historia del papá de Ivana, porque esas cosas no se hablaban con los niños. Porque las tristezas de los grandes nunca se cuentan a los más jóvenes, si no que se charlan en voz baja entre los adultos. Y esto, que se respetaba a rajatabla en mi familia, a mí me parecía horrible. Me gustaba escuchar cuando se susurraba porque sabía que se contaban cosas importantes. Así es como me enteré pequeños retazos de su historia, detalles como que Ivana no había nacido en Uruguay y que su papá había estado exiliado durante la dictadura.
Ya de chica me intrigaban los motivos por los cuales alguien que tuvo que salir a la fuerza de su país decidía volver a él. Pero en este caso me interesaba mucho más saber por qué este hombre había elegido vivir en un lugar tan inhóspito como lo era Médanos de Solymar en esos tiempos, cuando no había agua corriente si no de pozo, y se cortaba la luz a la primera tormenta.
Hoy, ya de grande y mientras recuerdo esos años podría atreverme a conjeturar algunas cosas. Por ejemplo, podría suponer que Médanos de Solymar tenía mucho que ver con algo de él mismo y su tristeza. Hay personas que con su mirada describen su alma, y el papá de Ivana mostraba tristeza, tristeza infinita. Calculo que en ese paisaje de bosques y silencio, donde yo podía ver paz y felicidad en lo simple, él quizás encontraba un compañero fiel a su soledad y decepción.
No recuerdo su nombre, pero sí su voz. Cada vez que me veía me llamaba a los gritos y me abrazaba muy fuerte. Me quería, pero a mí él me daba un poco de miedo. Y ahí estaba, todos los fines de semana que iba a Médanos de visita, con su sonrisa para recibirme en el patio de su casa. Los sábados generalmente ponía la música tan fuerte que tapaba el ruido del viento y se escuchaba desde casi todas las casas de la manzana. De los parlantes siempre salía folklore, un folklore que con mis cinco o seis años me parecía triste.
No supe hasta muchos años después, cuando volví a escuchar la inconfundible voz del cantante, qué era lo que sonaba esos fines de semana de mi infancia en Médanos. Era Zitarrosa, y él nos hacía saber a los gritos que conocía las letras, quizás, porque era su manera se seguir reclamando por el mundo que quiso tener, pero que para él no fue.
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