MANUAL SOBRE LA MUERTE

Cerré de un golpe la puerta del remís, y con eso tambien se cerró una etapa de mi vida. Adentro íbamos mi hermano, la que era su novia en ese momento, mi novio y yo. Estábamos yendo a San Antonio de Areco, donde el corazón de mi viejo le dijo basta mientas paseaba con mi mamá por el fin de semana largo. 

No tengo muchos recuerdos de ese viaje ni de ese fin de semana en general, sólo flashes. Íbamos los cuatro en silencio, mientras mi hermano lloraba sin parar y yo miraba por la ventana del auto, abstraída de la situación. Era septiembre, y pensé que el día estaba demasiado hermoso para morirse. Qué pensamiento estúpido... En el 2001 se me ocurrió lo mismo al enterarme de la muerte de Maxi. Entre Capital Federal y San Antonio de Areco hay dos horas, pero para los que íbamos en ese auto el viaje se nos hizo, metafóricamente, eterno. Nunca más volvimos a ser los mismos.

Manual sobre la muerte

Nadie nos prepara para la muerte de nuestros seres queridos. No hay manual. Sólo dolor. Lo que me sorprendió de la muerte de mi viejo es que nada ni nadie te enseña qué hacer en esos momentos. Y ahí estábamos mi novio y yo, sentados en la cochería del pueblo, tratando de tomar decisiones que ni sabía que se debían tomar. Nadie está preparado para responder si prefiere velatorio o no, si quiere cajón abierto, cajón con cruz, coronas de flores, cementerio privado, cremación, etc, etc. La muerte también es un trámite.

El celular se convierte en un tirano. Tratando de procesar lo sucedido y arreglando lo que debía suceder de ahí en más, atendí tantos llamados que ya no entendía de lo que me hablaban. No hay que pedirle consuelo a los más desconsolados, no hay que generar más tristeza de la que ya tiene la situación en sí. No hay que ser egoístas.

Los muertos no deberían maquillarse. Creo que el momento más duro de todos fue acercarme a verlo dentro del cajón. La última imagen que tengo de mi viejo es sin sus lentes y con un peinado que jamás en la vida hubiese usado. Ese ya no era mi viejo, no tenía personalidad, pero igual necesité conversar con él. Las cosas hay que decirlas en vida, pero con él quedaron muchas pendientes. En ese momento, le conté algo que quizás nunca le hubiese dicho mientras vivía: que era muy felíz, que estaba bien, y que lo quería mucho. Después, sentí su frente fría al darle el último beso. Mi viejo no era de este mundo, y quizás de ningún otro.

Todos trataban de darme palabras de consuelo. Pareciera que en esos momentos fuese necesario decir algo, pero se olvidan que la muerte no tiene consuelo. La muerte simplemente es. Mi viejo no está en una estrella, ni presente en todo lo que hago. Mi viejo no está en el cielo ni en el infierno. Mi viejo no está.

Todos tratamos de encontrarle sentido a la muerte de un ser querido, pero es un proceso personal. Mi tía por ejemplo, repetía todo el tiempo que mi viejo era muy joven para morir. En cambio a mí me preocupaba otra cosa. A mí me preocupaba saber si él había sido felíz o no. Lo que me movió su muerte fue el preguntarme qué sentido tiene irse, sin haber disfrutado nuestro paso por el mundo.

Creo que nunca terminé de conocer a mi viejo. Era una muralla imposible de atravesar, una mezcla de alegrías y frustraciones imposible de descifrar. Apasionado por ciertas cosas, rendido frente a otras. Una gran contradicción que iba hacia adelante, pero quedaba anclado en el pasado. Era muy inteligente, hábil para montones de cosas, y un poco duro para otras.

Tampoco puedo decir que tuviéramos la mejor relación padre-hija del mundo. Nunca supe qué pensaba realmente de mí. Me gustaría creer que estaba orgulloso, a pesar de llevar una vida un poco distinta a la que él me había imaginado. Simplemente, nuestras formas de ver el mundo eran diferentes. Pero eso no quiere decir que nosotros fuésemos tan diferentes. Hay muchas cosas en mí que son de él, y hay muchas cosas mías que son sólo mías. 

Lo que sí creo es que cuando mi viejo murió recién estaba empezando a entenderlo. Perderlo en ese momento me significó quedarme con miles de preguntas y ninguna respuesta. Sólo me quedan inferir los espacios vacíos. Y con respecto a la pregunta de si realmente fue felíz o no, quizás nunca tenga la respuesta. Lo importante, a esta altura, es haber comprendido que no quiero irme de acá sin haberlo intentado serlo yo tambien.

Felíz Cumpleaños pá.








3 comentarios:

  1. Qué maravillosas palabras, y cuanta fuerza hay que tener para escribir acerca de la muerte. Yo lo hago cuando no soporto los dolores del alma, y son las mejores veces.
    Admiro tu escritura, disfuto mucho cuando alguien cercano ama esto como yo, o al menos lo utiliza.

    A veces hay que creer en ciertas cosas para no volverse loco, pero tu manera de enfrentar la realidad es la más valerosa de todas. Es imposible saber si tu papá fue feliz o no, pero que vos lo seas ha de ser toda la felicidad necesaria para él...

    Abrazo fuerte fuerte.

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  2. Me encantó lo que escribiste y como lo expresaste. Me gusta mucho tu blog, tu forma de escribir.

    Me hiciste acordar a un montón de cosas que pensé en distintos momentos este tiempo. Hace un año falleció mi abuela y pasé por cosas similares. Obviamente, cada uno lo procesa a su manera.
    Hace muy poquito le hicieron el responso, fuimos muy poquitos; yo fui más que nada para acompañar a mi papá. Escuchaba todas las cosas que decía el cura y no le encontraba sentido. Es que, simplemente, ella ya no estaba. Ni ella, ni mi abuelo que falleció unos meses después.

    Cada uno encuentra el consuelo a su manera... Está bueno cuando uno de eso puede quedarse con lo positivo y salir adelante, y al mirar atrás sonreir al recordar a toda persona que formó parte de nuestras vidas.

    Un beso enorme!!

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  3. Gracias chicas. Qué lindas las cosas que dicen... Millones de gracias por pasar por acá y comentar. Lo valoro muchísimo...

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